Mis colmillos comienzan a crecer en la hora marcada; son cuchillos afilados en el reflejo de la luna llena insomne, sin ritos, sin una invocación que medie entre mi víctima propiciatoria y su voraz sueño de inmortalidad...
No me agazapo. Puntualmente, el bocado viene a mí. Se corta las venas a mordidas y yo hago el resto. Después, como es mi costumbre, limpiaré mis labios con vino tinto a modo de coartada y borraré así las pruebas de mis fechorías.
No dejo cicatrices en la sonrisa golosa de mis víctimas. Regla de oro. Si acaso la tenue compulsión de mecerse en los cuernos de la luna, una y otra vez mientras haya noche... Y mientras haya noche yo seguiré devorando incautos sueños lunáticos.
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